Miguel Medina: “Durante décadas, el alzhéimer apenas tuvo presencia en los tratados de medicina”.
En las dos últimas décadas los avances en la investigación sobre la enfermedad de alzhéimer han sido significativos. El conocimiento en materia de genética, biomarcadores y el diseño de terapias combinadas han permitido mejorar la detección precoz y los fármacos. Miguel Medina, director científico adjunto de CIBERNED, analiza en este reportaje cuáles han sido los principales hitos y su incidencia en los tratamientos del futuro.
Miguel Medina, director científico adjunto de CIBERNED
CIBERNED es el área de enfermedades neurodegenerativa del Centro de Investigación Biomédica en Red (CIBER), promovido por el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII). Está formado por 56 grupos de investigación, pertenecientes a instituciones de diversa naturaleza, como hospitales universitarios, universidades, centros de investigación de comunidades autónomas o el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Su principal objetivo es poner en contacto grupos de investigación fundamental y grupos de investigación clínica para potenciar la transferencia de conocimiento de un ámbito a otro, en ambos sentidos.
Aunque se desconoce aún su origen, en la enfermedad de alzhéimer se observa una acumulación de proteínas en las neuronas cerebrales que producen una degeneración neuronal progresiva y tienen graves consecuencias en las capacidades cognitivas y la calidad de vida del paciente..
El alzhéimer es el causante de entre el 60% y 70% de los casos de demencia según la Organización Mundial de la Salud. En España se calcula que 800.000 personas padecen esta dolencia. Su alta prevalencia y una mayor sensibilización han hecho que en los últimos años la investigación sobre el origen y el tratamiento de la enfermedad de Alzheimer hayan avanzado significativamente.
Miguel Medina, director científico adjunto de CIBERNED y uno de los mayores expertos en investigación sobre esta enfermedad en España, recuerda que “durante décadas, esta patología apenas tuvo presencia en los tratados de medicina. Alois Alzheimer la describió en 1906, pero hasta los años 70 solo era una nota a pie de página”, asegura. La menor esperanza de vida, cierto estigma social y la falta de información relegaban esta dolencia que se confundía con la pérdida de facultades a causa del envejecimiento.
Cambio de rumbo en la investigación
Sin embargo, en los últimos 20 ó 30 años esta situación ha cambiado diametralmente. Los primeros tratamientos aparecen en los años 90, aunque la investigación arrancó en la década de los 70. “Esto nos permite hacernos una idea de la dificultad y el coste que supone llevar una hipótesis con evidencia científica del laboratorio a la práctica clínica en este tipo de enfermedades”, recalca el doctor Medina.
A partir de entonces surge una pequeña revolución en el conocimiento de la enfermedad, sobre todo a través de la genética. Este tipo de mutaciones son muy raras, pues suponen aproximadamente el 1% de los casos y son un factor causal.
Los avances en los últimos 15 años han llegado de la mano de los biomarcadores, ya sea a través del líquido cefalorraquídeo obtenido tras una punción lumbar; mediante técnicas de neuroimagen o, más recientemente, en sangre, que nos pueden indicar en qué punto de la enfermedad se encuentra un paciente. Esta información es de gran ayuda para el diagnóstico y nos permite seguir el proceso patológico.
Por otro lado, los primeros descubrimientos en genética y, en concreto, la hipótesis de la proteína amiloide ha supuesto un punto de inflexión que todavía tiene mucho recorrido, dirigiendo los esfuerzos en modificar esta proteína para frenar el proceso degenerativo.
Sin embargo, el papel fundamental del amiloide ha dado paso en los últimos años a una terapia combinada, que incluye también la proteína tau y quizás otras vías metabólicas o bioquímicas que se están desarrollando en paralelo.
“No solo se acumula amiloide y tau en las neuronas, sino que se producen otra serie de procesos biológicos esenciales para las células que están también afectados y tienen que ver con el metabolismo de lípidos, con el transporte de membranas dentro de las células, con la inflamación, etc. Y estas son las áreas donde ahora encontramos el punto más fuerte de la investigación”, afirma Miguel Medina.
Últimos tratamientos aprobados
El año pasado supuso un hito en la historia del alzhéimer con la aprobación, por parte de la FDA, el organismo supervisor del medicamento en Estados Unidos, del primer tratamiento en 20 años. Se trata de un fármaco modificador, no exclusivamente sintomático como los anteriores, y que actúa directamente en el proceso biológico que produce la enfermedad, basándose en la hipótesis amiloide.
“El beneficio clínico que produce es modesto pero real, aunque va asociado a algunos efectos adversos que, según la mayoría de los clínicos, son manejables. No obstante, hay una fracción de profesionales a los que les preocupa los efectos adversos porque pueden llegar a ser muy serios, pudiendo provocar incluso microhemorragias en el cerebro”, afirma el doctor Medina.
“En este sentido, conviene destacar que los efectos adversos más graves parecen ocurrir principalmente en pacientes con el principal factor de riesgo genético, APOE4 (presente en aproximadamente el 15-20% de la población, por lo que es esencial conocer el genotipo
“Por eso –añade-, es importante tener en cuenta que los pacientes deben tener unas características determinadas y éstas deben ser definidas por un neurólogo especialista, se debe realizar un seguimiento de los posibles efectos adversos y en caso de aparición, eliminar el tratamiento, que es crónico”.
En julio de este año, la FDA aprobó un segundo fármaco con un mecanismo de acción muy similar y con unos efectos muy parecidos. “Quizás con una ligera mejora en los resultados y una menor incidencia de los efectos adversos, pero seguimos hablando de beneficios muy modestos”, matiza el director científico adjunto de CIBERNED.
La Agencia Europea ha rechazado la aprobación del primero de estos dos fármacos argumentando que el balance beneficio/riesgo no justifica su aprobación, lo que ha generado cierta controversia entre sus defensores y detractores.
Por tanto, la llegada de estos tratamientos a los pacientes todavía se va a demorar en Europa y la expectativa es que su impacto sea relativamente limitado. De ahí que el doctor Medina sea rotundo sobre el camino a seguir: “investigación, investigación e investigación”.
Factores de riesgo no genéticos
También se ha estudiado mucho en los últimos años los factores de riesgo no genéticos (epigenéticos), que podemos modificar y están relacionados fundamentalmente con los hábitos de vida. Otras enfermedades como la diabetes, la obesidad o la hipertensión influyen en la enfermedad de alzhéimer. “En general, la enfermedad cardiovascular y el alzhéimer comparten factores de riesgo”, subraya Medina. La mayor concienciación de la población en este sentido parece que ha derivado en que en los países occidentales la incidencia del alzhéimer si no disminuye, sí que se ha ralentizado.