Guillermo García Ribas: “Hallar un marcador y un test diagnóstico en sangre para el Alzheimer sería el Santo Grial de la medicina”
El neurólogo del Hospital Ramón y Cajal de Madrid será uno de los moderadores de ‘Cerco al Alzheimer’, el simposio científico que tendrá lugar el 14 de septiembre en modalidad online y presencial en la Universidad Europea de Alcobendas
ÁNGEL SALGUERO
Estamos ante la “pandemia gris del siglo XXI”, señala Guillermo García Ribas, neurólogo del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, al hablar del Alzheimer. El progresivo envejecimiento de la población traerá consigo un incremento en la incidencia de este tipo de demencias que podría desembocar en un “problema de salud pública”. Es un reto para la sociedad que estará sobre la mesa en el simposio ‘Cerco al Alzheimer’ que Educa-Med prepara para el próximo 14 de septiembre con el doctor García Ribas como uno de los moderadores.
PREGUNTA.— Ahora que Educa-Med ultima este simposio centrado en el Alzheimer, ¿cree que es un buen momento de evaluar el estado de la lucha contra esta enfermedad?
RESPUESTA.— Yo creo que buen momento son todos. Se trata de la pandemia gris del siglo XXI y el incremento de casos, sobre todo en los países emergentes, va a ser amplio. Y también supone el gran reto para la longevidad de la especie humana. La idea de ser cada vez más longevos es una muestra de calidad de vida y de las mejoras en salud, pero hay que llegar con la cabeza entera.
P.— ¿En qué debería centrarse a su juicio un simposio de estas características?
R.— Hay que evaluar cómo luchar contra los factores de riesgo que ahora mismo sabemos que pueden determinar la aparición de esta enfermedad, así como aquellos capaces de lentificar su curso cuando ya se ha manifestado y aquellas terapias que van dirigidas a las bases biológicas de la enfermedad de Alzheimer.
P.— ¿Le parece que este simposio debería implicar no sólo a los profesionales médicos sino también a los ciudadanos en general? ¿Estamos concienciados sobre la importancia de la prevención?
R.— Evidentemente este es un tema que, en un momento determinado, va a empezar a convertirse en un problema de salud pública. Hasta ahora no lo es, pero pienso que los agentes sociales se tienen que implicar todavía más porque estamos ante el gran reto del siglo XXI. Podemos hacer proyecciones en el sentido de que si el envejecimiento de la población continúa progresando, es indudable que un porcentaje de la población anciana sufrirá un deterioro cognitivo debido principalmente a la enfermedad de Alzheimer. Por lo tanto no se puede hablar de una epidemia en el sentido estricto, que es un brote de algo que ocurre de manera normal, pero sí es cierto que tenemos una cantidad de casos que suponen costos muy importantes para la sociedad.
P.—Miguel Medina, otro investigador, comentaba en Educa-News que hemos vivido más de dos décadas de frustraciones contra esta enfermedad. ¿Hay motivos para la esperanza con las nuevas investigaciones?
R.— Se ha tardado más de 20 años en tener una hipótesis de trabajo y unas posibilidades de terapéutica. Ahora lo primero es que se instauren para que veamos cómo esto impacta en el curso natural de la enfermedad. Es la primera piedra de una gran montaña que hay que escalar. Se dieron unos pasos iniciales bastante temerosos —basados en una hipótesis que probablemente no sea cierta para la mayoría de las personas que padecen la enfermedad de Alzheimer— y ha costado mucho que la hipótesis actual, la amiloide, haya tenido un reflejo en una terapia. A la vista de los datos que se han presentado, no es perfecta y va a suponer un cambio en los pacientes, aunque no creo que sea significativo y probablemente ocurra en una minoría de aquellos que padecen la enfermedad. Por lo tanto yo creo que hay que ser tremendamente realistas pero, por otra parte, nos encontramos en una era de explosión tecnológica y de acortamiento de los tiempos. Para para cambiar un paradigma de tratamiento hace 50 años, había que esperar casi una o dos décadas. Y ahora te encuentras nuevas revoluciones casi cada dos o tres años: la reducción de los plazos, el diseño de las nuevas tecnologías y la capacidad que tenemos para refinar y mejorar una línea, una vez que demuestra algo de éxito, son muchísimo más rápidos.
P.— ¿Por qué son tan importantes los avances en biomarcadores?
R.— El diagnóstico de las enfermedades cerebrales tiene el grave problema de que no se puede utilizar la biopsia, las técnicas que estamos empleando todos los días en cualquier otro órgano de nuestro cuerpo. Es impensable, por ejemplo, hacer un diagnóstico de enfermedades de la piel sin recurrir a una biopsia de la piel, o un diagnóstico del hígado sin una biopsia hepática. El cerebro, sin embargo, se ha resistido mucho a esto y, además, la expresividad clínica de la gran mayoría de enfermedades neurodegenerativas es microscópica durante muchísimos años, con lo cual existe mucha imprecisión diagnóstica al principio. La enfermedad es fácilmente diagnosticable y cualquier persona la puede reconocer cuando está ya avanzada. No hace falta ser médico para saber que un abuelo, una persona mayor, tiene un cuadro de demencia. Hemos llamado demencia senil a ese cuadro, pero se trata de una enfermedad de Alzheimer en una fase en la que probablemente sea bastante difícil que cualquier terapéutica que empleemos obtenga una mejoría. Sabemos que estas enfermedades comienzan décadas antes de que aparezcan los síntomas. El cerebro es capaz de combatirla durante un tiempo importante en el cual aún no lo hemos diagnosticado. En este caso, el disponer de herramientas moleculares capaces de detectar las alteraciones moleculares que se están produciendo en el cerebro de manera fiable es el primer paso para llegar a un verdadero diagnóstico precoz y para poder instaurar tratamientos y ayudar a nuestro cerebro mientras está luchando todavía, no cuando ya se haya rendido y ya esté claudicando con una demencia. Esto, que es de sentido común, se debe demostrar lógicamente. Por ahora en los tratamientos que se han probado en estas fases precoces, los datos obtenidos han sido negativos.
P.— ¿Cuál sería la principal ventaja de contar con medios diagnósticos validados en plasma para esta enfermedad?
R.— Cuanto más se facilite la accesibilidad al diagnóstico, mejor, sobre todo en enfermedades tan frecuentes como la enfermedad de Alzheimer. Recordemos que una punción lumbar debe hacerse en un medio hospitalario, por lo menos en un hospital de día al uso. Y aunque no es una técnica compleja, sí resulta invasiva y molesta para el paciente si la comparamos con un análisis de otros fluidos corporales como puede ser la sangre, la saliva o la orina. Un diagnóstico sanguíneo de la enfermedad es el que se hace, por ejemplo, en la diabetes, en la hipercolesterolemia o en las hepatitis. Por lo tanto, encontrar un marcador y un test diagnóstico en sangre sería, sin duda, el Santo Grial de la medicina y en este caso de las enfermedades degenerativas.
P.— ¿Y qué importancia clínica tendría la determinación y cuantificación en plasma de la apolipoproteína E4 así como de la relación ApoE4/ApoE total?
R.— ApoE4 es una variante proteica de una apolipoproteína, es decir, una proteína transportadora de lípidos de la sangre. Todos tenemos otras fracciones, pero los portadores de esta variante concreta tienen un riesgo elevado de padecer enfermedad de Alzheimer. Es un factor de riesgo, no diagnóstico, pero dentro del estudio diagnóstico de una persona de la que se sospecha que pueda tener una enfermedad de Alzheimer, si además cuenta con este factor de riesgo, lógicamente se incrementa la posibilidad que efectivamente la padezca.
P.— ¿Será posible a medio o largo plazo tener tratamientos personalizados?
R.— Eso es indudable. Existen determinadas susceptibilidades, muchas de ellas genéticas, al impacto de las enfermedades degenerativas y a su tratamiento. Por lo tanto, tendremos que conocer cuál es la susceptibilidad de la persona o la vulnerabilidad que tiene a determinadas enfermedades degenerativas. Ahora somos capaces de intuirlo en cuanto que sabemos que aquellos que tienen antecedentes familiares son más vulnerables, pero no deja de ser una mera aproximación. La inmensa mayoría de las personas que tienen familiares no van a desarrollar una enfermedad, es decir, son la minoría. Por lo tanto es un riesgo, pero a día de hoy no podemos individualizar sólo con el conocimiento de los antecedentes familiares. De modo que debemos ser más precisos y buscar herramientas, tanto genéticas como como biológicas, que nos ayuden a predecir mejor cuál va a ser la persona con más riesgo de tener la enfermedad, para focalizarnos en ese tipo de personas, y cuáles pueden ser más sensibles a efectos adversos de determinados tratamientos. Tenemos que aumentar nuestra precisión en el en el diagnóstico, que ahora es —como ya digo— es preciso, pero demasiado tardío. Y hay que intentar que siga siendo preciso, pero también más temprano.
P.— ¿A qué podemos aspirar en el futuro? ¿Llegará un momento en que sea una enfermedad controlable?
R.— Yo espero que sí. No curable, porque la cura es lejana, pero sí controlable. Por ahora tenemos herramientas diagnósticas cada vez más precisas. El campo que está por explorar y en el que estamos investigando es el del pronóstico. Es decir, una vez que yo establezco que una persona tiene una susceptibilidad biológica o tiene un proceso neurodegenerativo que está en marcha, ¿cuánto tiempo le queda para ser dependiente? Eso aún no lo podemos saber, es el gran caballo de batalla y tenemos que lidiar con él.
P.— La precariedad con la que trabajan los investigadores en España no es ningún secreto. ¿Qué se podría hacer para mejorar sus condiciones?
R.— Todos luchan por una tarta que se llama investigación, que es escasa. Invertir en investigación es una inversión muchísimas veces a fondo perdido y, normalmente, en un plazo que está fuera del margen de las campañas electorales. Es decir, el rédito de una inversión realizada ahora no se va a ver hasta dentro de una década. Incluso aunque ahora se están acortando más los plazos y se pueden obtener resultados de manera más precoz, la investigación sigue siendo larga, tediosa y a menudo infructuosa. Entonces, o se tiene un programa nacional en este país, una línea estratégica que se acuerde seguir, o cada comunidad lo que va a hacer es dar una dádiva o una limosna para decir que está haciendo algo que realmente, no es investigación.